Soy de la generación que creció con Los Simpsons, pero la generación que creció de verdad. No las generaciones posteriores que conocen los capítulos gracias a las innumerables reposiciones en televisión. Yo hablo de crecer en blanco y negro, con la emisión en La 2, por la noche, cuando estaban considerados dibujos para adultos y no podían emitirse en horario infantil. Luego pasaron a Antena 3 y la audiencia los convirtió en “nanananananana, ¡líder!”.
Crecí viendo Los Simpsons con tanta fidelidad y fervor como para lograr que mis padres aceptaran esperar a que terminaran los capítulos para poner el telediario. Son parte de mi vocabulario, de mis expresiones, de mis referencias, de mi fondo de armario e incluso de mi fe, porque “normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor, sálvame Superman”.