Correr, entre otros beneficios, permite pensar. O recordar. Es la segunda vez que más vueltas ha dado a un campo de rugby -por fuera de las líneas y sin recortar por las esquinas, por supuesto- en su vida. La primera vez fue un castigo impuesto hace muchos años por el entrenador a todo el equipo. Esta vez ha sido en solitario, por decisión propia. Iba a irse a casa, como el resto de compañeros ante la falta de gente para poder entrenar, pero ha bajado hasta allí, con la ropa de entrenar y físico no le sobra… Ha vuelto a salir del coche y se ha marcado un objetivo. Veinte vueltas al campo.
Veinte vueltas al campo dan para pensar mucho. Más aún cuando se dan despacio, muy despacio. No hay piernas para más. Durante los últimos dieciocho años cada vez que salía a correr se repetía el mismo mantra: “un partido de rugby dura ochenta minutos. ¿Quieres jugar ochenta minutos? Corre”. Ahora se conforma con menos. Pensar y recordar. Y llevar la cuenta (no está para regalar vueltas).
Corre y piensa. Piensa que es martes, son las ocho de la tarde y está sólo. “Uno para todos. Todo para uno”. Varios atletas que lo han visto entrenar durante los últimos diez años lo ven correr solo. Con su mejor sonrisa responde, pero tampoco sabe qué responder. No sabe dónde han ido las ganas de bajar a entrenar ni en qué momento se transformaron en el esfuerzo de bajar a entrenar.
Corre y cuenta. Cuenta las vueltas al campo. cuenta los entrenamientos, las flexiones, las líneas, las touches, las abiertas que ha visto este campo. Cuenta los años que han pasado, los compañeros que se marcharon, las parejas, los hijos que llegaron… Cuenta la vida que pasa.
Corre y recuerda. Recuerda cada ensayo, cada gran jugada, cada amarilla, cada lesión… Recuerda cada pequeña porción de felicidad que le proporcionó el campo, el equipo, el rugby.
Termina la última vuelta y anda, cansado, con la respiración entrecortada y las piernas “tiesas” por el campo. Como siempre, va sobre-abrigado y está sudando. Instintivamente se ha ido al centro del campo. Ha acabado el entrenamiento y va donde ha ido durante los últimos diez años al acabar un entrenamiento. El centro del campo. Por un momento le viene a la mente la imagen de Iniesta en el centro del Camp Nou el día de su despedida, sentado en el suelo. Solo.
Mira alrededor y sonríe. Ese día no ha llegado aún. Volverá a estar en el centro del campo rodeado de sus compañeros. De sus amigos. Seguirá bajando a entrenar cada día con la misma ilusión que la primera vez. Seguirá disfrutando con el rugby como la primera vez. Seguirá yendo al centro después de cada entrenamiento como la primera vez. Mira alrededor y sonríe. De momento no ha perdido la cabeza como para dar una charla después del entrenamiento él solo a sí mismo. Tampoco como para juntar su mano con otras imaginarias y gritar “un, dos, tres, Á VI LA”.
Mira alrededor y se lamenta. El karma no se lo perdonará, pero le habría gustado entrenar esta tarde y ver algún pelotazo “perdido” hacia todos esos runners que atraviesan el campo. Su campo. El campo del Rugby Ávila Club.
Cronista.