Ahora que el mundo está sufriendo una pandemia mundial, ahora que estamos más familiarizados con la enfermedad. El Rugby Ávila Club sufre de una enfermedad crónica, la extinción. El rugby en Ávila es el lince ibérico, incluso antes de su descubrimiento. Cada primavera la extinción amenaza a sus poco integrantes. Cada primavera la misma sensación. Esta puede ser la última vez. La última vez que vistamos el rosa. Después, la desaparición.
Si el Rugby Ávila fuera un latinismo sería Carpe Diem. Si fuera una frase de coaching motivacional sería “el rugby es corto, aprovecha cada momento porque puede ser el último”. El Rugby Ávila nació ya con esa sensación de frugalidad, de felicidad efímera, de pérdida inevitable. ¿Qué sacamos de tanto coaching? Cada partido puede ser el último, por eso jugamos con tanta pasión.
En la última década han bajado a la Ciudad Deportiva cerca de un centenar, si no más, de personas a probar qué es eso del rugby. Sólo se quedó una treintena, algo hemos hecho mal. Se quedó una treintena, algo hemos hecho bien. Un pequeño grupo de radicales del rugby que han encontrado en el rugby un deporte, una forma de entender la vida, una familia.
Cada día somos menos, más viejos, más gordos, más cansados. Cada primavera la sensación de final, de pérdida, es mayor.
Trabajamos para renovar la plantilla y tener sangre fresca y joven que bautizar, pero es difícil. Muy difícil. Encontramos muchas trabas y pocas ayudas. Muchos “noes” y pocos “tal vez”. La extinción está más cerca.
Sin embargo, cada otoño, ese pequeño grupo de radicales responderá a la llamada y se volverá a calzar las botas, ajustar las casquetas, morder los bucales.
Los radicales solo entienden la radicalidad. Pelear hasta el último segundo, del último minuto, del último partido, del último día del Rugby Ávila Club.
Después de eso, la extinción. Las historias al calor de la lumbre, las botas como trofeo en la pared…hasta la próxima llamada.
Cronista.